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miércoles, 2 de enero de 2013

Apolonia 04

La choza, o cabaña, sólo era la antesala; el recibidor, que camuflaba a los ojos de los demás la auténtica morada de la curandera. La verdadera casa era una espaciosa cueva que penetraba, inimaginablemente, en las entrañas de la misteriosa roca. En parte, su espacio era cavidad natural del duro y sólido peñasco; pero, labrada por expertos pedreros hasta conseguir unos ángulos perfectos de la más refinada estancia, como si siempre fuera nueva por su perfecta hechura. Hiram, al verlo, pensó que solo podían haberla construido sus antepasados agostes  con la pericia y esmero de los más expertos artesanos.



Y aunque estaba bastante intimidado, tanto por el desconocimiento del lugar, como del aterrorizador recuerdo de los fieros gatos, como del propio porte de la bruja, Hiram,  no pudo resistir dirigir su mirada al mural que tenía enfrente. El extraño símbolo esculpido en el muro le atrajo la atención por un buen rato. Como si no le fuera desconocido no recordaba haber visto antes aquel gravado, lo que le encendía más el interés por él, quedando por unos instantes absolutamente absorto y atraido por su realce.

No se atrevió en aquella ocasión preguntar a la vieja. Era la primea vez que contactaba con Apolonia y le inspiraba tal respeto que, pese a poderle la curiosidad, una insistente voz interior le advertía de la conveniencia de que fuera prudente sobre el particular, no comentando nada con la vieja. De ahí sus excesivas muestras de desimulo ante ella aparentando que se le había pasado por alto.

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Símbolo gravado en la morada de Apolonia

Al instante se percató Hiram que su pretendido disimulo pueril no engañaba para nada a Apolonia. La mirada penetrante que le dirigía la vieja a través de aquellos minúsculos ojos eran suficientemente elocuentes para que comprendiese a ciencia cierta que no estaba engañando a la vieja. Incómodo, como si le estuviera leyendo sus pensamientos, así de desnudo se sintió Hiram en aquel momento.

Sudoroso y tembroroso por sentirse descubierto como un niño, después de una travesura, no acertaba articular palabra, pese a la incomodidad del insoportable silencio que quería romper cuanto antes. Sabedora Apolonia del calvario que afligía al joven, cordialmente le ofreció uno de sus coloridos brebajes milagrosos que siempre tenía reservados para las personas que realmente apreciaba, para las ocasiones tan especiales como ese bendito día que tenía la suerte de recibir en su propia morada al hijo de su estimada amiga agote Magdala; y , además, por azar, sin su intervención de ninguna clase.

De ahí que tornase su actitud más amable y abandonara su natural mirada inquisidora y mantener con el joven una amena conversación para ganarse su confianza. Tiempo habrá, pensó la vieja, para mostrarle el arte de ver lo invisible, de acercar el más longevo pasado al futuro más lejano hasta confundirlo en un eterno presente....


1 comentario:

  1. ¿Es una leyenda, u cuento o un invención toda esa historia de la bruja? Parece un poco preparado, como la fotografia, no?

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