Algunos años después |
APOLONIA 05
Apolonia, conforme a sus
planes, fue tejiendo en torno al joven Hiram
una invisible red de telaraña bañada en dulce miel.
El joven, sin percatarse, dependía de la necesidad de
visitar a menudo a la vieja buscando su conversación enigmática que, en principio,
poco o nada entendía; pero, con el transcurso del tiempo, no sólo empezó a
entenderla sino que ya le estaba resultando incluso demasiado apasionada, interesante y grata.
Convinieron en hacer juntos una escapada el día que marca el inicio del solsticio
de verano, antes de que salieran los primeros rayos de sol, a la cima del
peñasco Daltmont.
Llegado
el día tan esperado y poco después de la medianoche Hiram llegaba ansioso a la
entrada de la morada de Apolonia, sin que se le aparecieran los terribles gatos
que tanto le habían atemorizado en otras ocasiones.
Hiram,
caballeroso, montó a la viejecilla en la silla de su caballo, y después de un
trayecto no demasiado largo, llegaron al pie de la roca que debían ascender.
Después
de atar el caballo en el tronco de una enorme encina milenaria, emprendieron el
ascenso por su vertiente del mediodia. Apolonia, bajo el asombro de Hiram,
subió a cuatro patas, con la increíble agilidad de un gato, sorprendiéndole
sobremanera el asombroso brío y maneras de la anciana
Llegados
al punto que indicó la bruja, desataron el fardo que llevaba el joven a
expensas de la anfitriona.El envoltorio del fardo era una vieja manta que
extendieron en el suelo, después de desatarla y donde se aposentaron los dos, uno
frente a otro sentados, conforme dispuso ella. Colocó entre ellos una copa de valioso
metal y un minúsculo saquito de piel que había sacado del interior del fardo.
Hiram
estaba tranquilo, pero expectante. Se había imaginado tantas cosas, tantas ilusiones para ese
esperado día que no veía la forma de cómo su amiga pudiera allí sorprenderle,
estando los dos solos, con esa vieja manta, el raído saquito de piel y aquella
copa que parecía el cáliz sustraído de alguna iglesia.
Después
de un prolongado silencio, Apolonia vertió el contenido del saquito en la copa.
El color rojizo del brebaje que brillaba increíblemente en la obscuridad de la
noche indicó al joven que no estaban tan solos, que se había olvidado de la
magia de ella. Era tan sorprendente el fulgor que fluía del mágico líquido que jamás
pensaría que fuera para bebérselo.
─ Mira
enfrente, justo por encima de mi cabeza ─ le ordenó Apolonia ─ y en el preciso instante que aparezca el
primer rayo de luz bébetelo de un trago.
─ ¿ el
primero.....?
─ No cierres la boca ni para hablar ─ le regañó
─ el primero y no otro he dicho.
A los
pocos instantes un fulgurante rayo de luz surgió del horizonte que, a Hiram, le
pareció del mismo color del líquido de la copa que se estaba engullendo.
Sin
solución de continuidad sintió con placer infinito cómo algo de su interior más
recóndito se desprendía de su cuerpo para viajar a la estela del mágico rayo de
sol rojizo de grandioso espectro que surcaba el mágico cielo de la cima del Daltmont.
Y
Apolonia, mientras tanto, inmutable, viendo
como desaparecía aquel fulgor a poniente, exclamó para sí
─ ¡Vuela hijo mío, vuela, y aprende! ¡ uno solo es
el creador y muchos son tantos mundos!
http://ultimahora.es/ibiza/noticia/deportes/noticias/primera-pista-padel-suelo-ruso-sera-ibicenca.html
ResponderEliminar