Llegados a este punto, estimados amigos, seguro que os
preguntaréis sobre qué posible interés puede reportarnos un relato del tipo de
Apolonia, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido y la abismal y radical
diferencia del entorno vivencial actual con el arcano del inicio del segundo
milenio.
Enorgullecidos sin medida, como estamos, del endiosado
progreso, nuestras miradas se resisten a ver,
con suficiente observación, detenimiento y sosiego como se aconsejaría, esa
época pasada llena de magia y misterio que ahora mas bien percibimos como insípidamente sencilla o sosa, cuando
no demasiado simple, y siempre plagada de inverosímiles supersticiones.
A poco que nos detengamos un momento, sin
prejuicios, y entendamos que mucho ha
quedado por el camino que valía ciertamente la pena y mucho es lo que hemos ido
acarreando de lastre inútil y cegador desde entonces; y, pasamos honesto balance, no siempre
el saldo o fiel de la balanza se inclinará claramente por la bondad de lo
conseguido, para hacernos olvidar, sin nostalgia, ese tiempo pasado.
La difusa luz de los siglos que envuelve el pasado más
lejano, se apaga o brilla, según el interés que le prestemos.
Todos aquellos interrogantes filosóficos que el hombre se
ha formulado a través de los tiempos: de dónde venimos, qué somos y dónde vamos;
permanecen, pese a quien pese, sin repuesta clara y creíble.
Particularmente, debo confesaros, no es mi ideal de mundo
el que se ha construido hasta este momento ni otro mundo es posible sólo
mirando hacia delante. Ni creo que todo tiempo pasado fue mejor; pero si estoy
enteramente convencido de que, si no echamos la mirada atrás, de tanto en
tanto, para saber lo andado y dirección tomada, poco sabremos del camino hacia
delante ni de su orientación.
De jovencito, uno de las frases que repetía, a guisa de
sentencia, un inolvidable maestro de mis primeros años de escolarización: nada
nuevo bajo el sol, me quedó lo suficientemente gravada en mi pensamiento para
no olvidarla jamás pese a soltarla, como hacía siempre, en docto latín.
Impregnado, que no digo obstinado, por esa idea tan
simple, he viajado en el tiempo para conocer la fascinante e increíble vida de
Apolonia. Tan fascinante que no me perdonaría el egoísmo de guardármela solo para
mí.
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